
Matías Imperiale, cofundador y Director Operativo de la compañía Agro Sustentable, es de esos productores que fomenta las buenas prácticas agrícolas. Los productos comercializados por la empresa lo muestran, generando un impacto positivo en la sostenibilidad y en el medio ambiente.
Y es que, en el campo, no todo pasa por la cantidad que se cosecha. Cada vez se habla más de cómo se produce. Qué se hace con el suelo, con el agua, con los restos de las cosechas, y también qué queda en los alimentos que llegan a la mesa. En ese contexto, se empieza a escuchar más seguido el tema de las buenas prácticas agrícolas. No como una obligación, sino como una forma distinta de hacer las cosas.
No es que se trate de algo nuevo. Muchas fincas ya venían aplicando estas ideas sin ponerles nombre. Pero ahora se ve con otros ojos. Porque cuidar el suelo, usar menos productos, registrar lo que se hace y evitar desperdicios ya no son detalles. Son parte de una manera de producir que busca durar, sin depender tanto de insumos y sin dejar daños al ambiente.
Qué significa aplicar buenas prácticas
No hay una lista cerrada, pero hay ciertas cosas que se repiten. Algunas tienen que ver con cómo se riega. Otras con cómo se elige qué sembrar y cuándo. También con cómo se manejan los residuos, cómo se almacenan los insumos o cómo se hace la cosecha. En muchos casos, alcanza con pequeños cambios. Por ejemplo, aplicar un producto solo cuando realmente se necesita, o guardar los envases de manera segura.
En otras situaciones, implica organizar mejor el trabajo. Anotar qué se hizo en cada lote, cuánto se aplicó, con qué maquinaria, en qué fecha. Eso ayuda no solo a tener un control, sino a evitar errores y tomar decisiones más claras. No es algo que se hace una vez. Es un conjunto de hábitos que se van incorporando.
Cómo influye en la producción
Cuando se habla de sustentabilidad, a veces parece algo muy lejano. Pero en el campo se nota en cosas concretas. Si se cuida el suelo, la planta crece mejor. Si se hace una rotación pensada, se reduce la presión de plagas. Si se evita el uso excesivo de químicos, se ahorra plata y se contamina menos.
El impacto no es solo ambiental. También es económico. Usar menos insumos, perder menos producto por errores o por mala conservación, mejorar la calidad, todo eso suma. Hay huertas donde se empezó a usar compost casero en lugar de fertilizantes comprados, y el resultado fue igual o mejor. En zonas donde el agua es escasa, regar en los horarios adecuados puede marcar la diferencia entre una cosecha buena y una regular.
En qué casos se ven más
Se ve bastante en huertas familiares, en fincas orgánicas, en proyectos donde la escala es chica pero el control es más detallado. Ahí, las buenas prácticas aparecen de manera más natural. Se compostan los restos, se monitorea con la vista, se aplican bioinsumos, se hace rotación con cultivos de cobertura. Muchas veces sin llamarlo así, pero con ese mismo espíritu.
También se ve en cultivos más grandes cuando se trabaja con certificación. En frutas para exportación, por ejemplo, se exige trazabilidad, manejo responsable de productos y registros claros. Lo mismo pasa en plantaciones de vid o de olivo, donde cuidar el proceso es parte del valor final del producto.
Qué cambia en el ambiente
Cuidar el suelo, proteger los bordes del lote, manejar bien los residuos: todo eso tiene efecto directo en lo que rodea a la producción. Menos escurrimiento, menos contaminación, más biodiversidad. En algunos casos se dejan franjas con vegetación nativa, o se colocan cercos vivos para frenar el viento. Son decisiones simples que hacen que el entorno no se degrade con el tiempo.
Además, muchas de estas prácticas ayudan a que los alimentos que se cosechan tengan menos residuos. Eso no solo es importante para la salud de quien los consume, sino también para quien los produce, que está menos expuesto a productos agresivos. En producciones donde se trabaja con poco equipamiento, eso importa mucho.
Qué lugar tienen en la certificación y los mercados
Cada vez hay más interés por saber de dónde vienen los alimentos. Cómo se produjeron, si se cuidó el suelo, si se usaron productos no permitidos. En algunos mercados es obligatorio tener toda esa información. En otros, suma como valor agregado.
Por eso, muchos productores que aplican buenas prácticas deciden registrarlas. No solo para certificar como orgánico o agroecológico, sino también para mostrarle al comprador que hay un manejo pensado detrás del producto. Las certificadoras suelen pedir registros claros, aplicaciones con fechas, recetas de bioinsumos, origen de semillas, entre otras cosas.
En ese sentido, las buenas prácticas no son solo una mejora técnica. También son una forma de abrir puertas.
Lo que todavía falta resolver
Aunque se hable mucho del tema, todavía hay muchos productores que no tienen acceso a información o asistencia para aplicar estas prácticas. En fincas chicas, con poco personal y muchas tareas, llevar registros o capacitarse lleva tiempo. En algunas zonas, ni siquiera hay técnicos cerca para acompañar.
Además, algunas prácticas exigen inversión o adaptación. Cambiar un sistema de riego, construir un lugar para guardar los productos, empezar a compostar los residuos. Son pasos que se pueden dar, pero que requieren apoyo.
Por eso, donde se avanza más es cuando hay redes entre productores, acompañamiento técnico y acceso a herramientas. En ferias, en encuentros, en grupos de WhatsApp o en cooperativas, se comparten soluciones, se explican métodos, se prueba lo que hace el vecino. Así, el cambio se vuelve posible.