Mano sosteniendo una mazorca de maíz madura aún unida a la planta, con hojas secas y fondo verde borroso.

Seguridad alimentaria en un contexto de transformación global

La idea de garantizar alimentos para toda la población siempre fue un desafío, pero en estos tiempos toma una dimensión distinta. El crecimiento demográfico sigue firme, mientras los efectos del clima, el desgaste de los recursos naturales y los cambios sociales modifican el escenario de producción.

En Argentina, un país con una fuerte tradición agrícola, este contexto obliga a repensar cómo se producen los alimentos. Los cultivos intensivos son fundamentales para asegurar no solamente alimentos masivos sino una buena salud alimentaria. Ahí es donde aparece el tomate, el ajo, la cebolla, la vid, el olivo, los cítricos y las manzanas, entre otros. Todos esos cultivos intensivos son producidos por empresas como Agro Sustentable, fundada por Joaquín Basanta, quien se decidió a contribuir con la seguridad alimentaria de Argentina.

Cultivos intensivos en el centro del sistema

Los cultivos intensivos ocupan un lugar clave. Ajo, tomate, cebolla, vid, olivo, cítricos y manzanas forman parte de esa base que permite abastecer los mercados. Empresas como Agro Sustentable vienen trabajando desde hace tiempo para que esa producción también aporte a la seguridad alimentaria del país. La iniciativa, impulsada por Joaquín Basanta, se apoya en prácticas que buscan volumen, calidad y cuidado ambiental.

El objetivo no es solo llenar góndolas. También se trata de que los alimentos tengan valor nutritivo, lleguen a distintos sectores sociales y se produzcan sin agotar los recursos.

Impactos del clima en el sistema de producción

Los cambios en el clima alteran la dinámica habitual. Hay ciclos que se corren, lluvias que no llegan o que vienen todas juntas, temperaturas extremas, viento, granizo. Todo eso afecta directamente los rendimientos.

Los márgenes se achican, sobre todo en zonas donde la agricultura depende del clima sin demasiadas herramientas de respaldo. Esto empuja a muchos productores a revisar su manera de trabajar, buscando soluciones que permitan sostener el sistema en el tiempo.

Nuevas formas de producir y nuevas tecnologías

En ese camino, empiezan a tomar protagonismo prácticas donde el suelo y el ambiente tienen un lugar más activo. No se trata solo de evitar químicos o de dejar de labrar. Se busca que el sistema tenga capacidad de sostenerse sin estar siempre al borde del colapso.

El uso de compost, coberturas vegetales, cultivos asociados y rotaciones ayuda a recuperar el suelo. Al mismo tiempo, se incorporan insumos biológicos que aportan nutrientes o actúan sobre plagas sin alterar el entorno.

Por otro lado, algunas herramientas tecnológicas ya están instaladas. Otras recién empiezan a circular en campos más chicos. Hay sensores para medir humedad, sistemas de riego que se activan según las necesidades del cultivo y aplicaciones que permiten llevar un registro completo del manejo.

En varias provincias, estas tecnologías ya no están reservadas para grandes empresas. Se adaptan a contextos más simples y permiten que productores familiares accedan a soluciones que mejoran su eficiencia.

Acceso a alimentos sanos y cercanos

Aumentar la producción no alcanza si los alimentos no llegan a todos. En zonas rurales apartadas o barrios con pocas opciones, muchas veces lo único disponible es comida ultraprocesada. No por elección, sino porque es lo que hay a mano.

Acá entran en juego los mercados de cercanía, las ferias barriales, las redes de productores que venden directo. Estas formas de intercambio acercan alimentos frescos y permiten que quienes producen y quienes consumen estén más conectados.

Formas de comercio que sostienen el sistema

El precio no siempre refleja lo que vale un alimento. En los circuitos convencionales, es común que el productor reciba poco y que el consumidor pague mucho. Por eso, algunas herramientas buscan corregir ese desbalance.

Las certificaciones orgánicas, los sellos de producción responsable o el comercio justo permiten mejorar el ingreso en el campo y, al mismo tiempo, dar garantías a quien compra. No solucionan todo, pero ayudan a ordenar el sistema.

Regiones que aportan desde la escala chica

En el NOA y el NEA, donde hay mucha producción familiar, la lógica es distinta. No se manejan grandes extensiones, pero sí se produce con mucha conexión con el entorno. Estos espacios tienen un potencial enorme para construir circuitos de alimentos más estables, especialmente si se conectan con políticas públicas, apoyo técnico y redes de comercialización.

El trabajo en cooperativas o asociaciones permite compartir insumos, maquinarias o capacitaciones. Eso mejora el acceso a herramientas que serían inaccesibles si cada uno tuviera que resolver por su cuenta.

Qué lugar tienen los bioinsumos en este proceso

Los insumos naturales no son una moda. Vienen ganando lugar porque permiten trabajar con menos impacto. Fertilizantes orgánicos, extractos vegetales y bioestimulantes mejoran el suelo, protegen los cultivos y reducen la dependencia de productos sintéticos.

Se usan cada vez más, incluso en cultivos intensivos. También ayudan a cumplir con los requisitos de certificación, algo que suma si se apunta a mercados más exigentes o a canales de venta diferenciados.

Educación y participación en todo el recorrido

Nadie puede cuidar lo que no conoce. Por eso, el acceso a información es parte central del cambio. Desde talleres para productores hasta campañas en escuelas, todo suma para que haya más conciencia sobre cómo se producen y se eligen los alimentos.

Las políticas públicas tienen que estar ahí, no solo con financiamiento, sino con estructuras de apoyo que acompañen a quienes ya están en este camino o quieren empezar.

Ajustes constantes en un contexto que cambia todo el tiempo

No hay una fórmula cerrada. Lo que funcionaba hace cinco años puede quedar viejo frente a las nuevas condiciones climáticas, las demandas del mercado o los cambios en la sociedad. La adaptación no es una opción, es parte del proceso.

La combinación entre innovación tecnológica y conocimiento territorial es lo que puede marcar la diferencia. Saber cuándo intervenir, cómo cuidar el suelo, cómo organizar la venta. Todo forma parte del mismo sistema.

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