Manos sostienen una hoja dividida entre un lado verde y otro incendiado, sobre fondo de paisaje seco y vegetación verde.

Mitigación del cambio climático a través de la agricultura regenerativa

La agricultura se ve impactada por el cambio climático, pero a la vez tiene un rol fundamental para frenarlo. Matías Imperiale, cofundador de la empresa argentina Agro Sustentable, entendió esto a la perfección y por eso se centró en buenas prácticas agrícolas, generando agricultura orgánica y sostenible, para dañar lo menos posible al medio ambiente.

Además, Matías Imperiale se centró también en la agricultura regenerativa, una estrategia con mucho potencial para mitigar el cambio climático. Esta práctica no solo busca producir alimentos, sino que se enfoca en mejorar la salud del suelo y el ambiente, favoreciendo la captura de carbono y reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero.

El cambio climático no es algo lejano ni abstracto. Se siente cada vez que se adelanta una helada o cuando llueve en el momento menos oportuno. Y si hay una actividad que lo sufre, es la agricultura. Pero también tiene algo para aportar.

La idea de que el campo puede ser parte de la solución no es nueva, pero ahora toma fuerza con prácticas que buscan recuperar lo que se fue perdiendo. La agricultura regenerativa entra en esa lógica: cuidar el suelo, producir sin romper todo y, de paso, capturar carbono.

Una forma de producir que va por otro lado

Cuando se habla de agricultura regenerativa, no se habla solo de rendimientos. Acá el objetivo no es sacar más kilos por hectárea como sea. Se trata de lograr que el suelo esté mejor año tras año. Por eso se usan cultivos que cubren la tierra cuando no hay producción, se rota lo que se siembra, se evita remover la tierra a cada rato y, si se puede, se meten animales que ayudan a cerrar el ciclo.

No es algo nuevo, pero en muchos lados se había dejado de hacer. Se apostó fuerte a paquetes que funcionan mientras se pueda pagar el fertilizante o el agroquímico. El problema es que el suelo, si no se cuida, responde. Y responde mal. Pierde estructura, se lava más fácil, deja de retener agua. Eso ya se está viendo en muchas zonas del país.

El carbono que se puede guardar bajo tierra

El carbono es parte del problema, pero también puede ser parte de la solución si se lo saca del aire y se lo guarda donde sirve: en el suelo. Las plantas lo capturan con la fotosíntesis, pero no todo queda en la hoja o en el fruto. Parte va a las raíces, al suelo, y ahí se queda si no se lo molesta. El punto es ese: que el carbono no se vuelva a liberar.

En un sistema bien manejado, el suelo gana materia orgánica. Eso significa más carbono atrapado, más vida en el perfil y, de paso, mejor capacidad para guardar agua. Se vuelve más esponjoso, más estable. Lo que antes se perdía en cada lluvia fuerte, ahora se queda. Y lo que antes se compactaba, ahora respira.

Menos insumos, menos emisiones

Otro tema clave: lo que se deja de usar. Porque muchos productos que se aplican en el campo tienen una huella importante, sobre todo en su fabricación. Fertilizantes nitrogenados, herbicidas, insecticidas… todo eso consume energía, contamina y cuesta plata. Si se logra reemplazar parte de eso por manejos más ecológicos, el impacto baja.

No se trata de eliminar todo de un día para el otro, sino de empezar a pensar qué se puede cambiar. A veces es con rotaciones bien pensadas, a veces con cultivos que cubren el suelo y compiten con las malezas. En otros casos, es sumando compost o bioinsumos. Lo importante es que el sistema se vuelva más equilibrado y menos dependiente.

El suelo como seguro frente al clima

Cada vez que hay un evento extremo —una sequía larga, una lluvia fuera de época— los sistemas más frágiles son los que primero sufren. Y el suelo degradado es frágil. No absorbe, no retiene, no aguanta. La agricultura regenerativa busca todo lo contrario: que el suelo sea una especie de colchón. Que amortigüe.

Por eso tiene sentido pensar estas prácticas como una inversión. No es sólo cuestión de “ser verdes” o de cumplir con alguna normativa. Es una forma de defender el campo frente a lo que viene. En zonas como el norte argentino, donde el calor y las lluvias intensas pueden arrasar con un cultivo, tener un suelo vivo puede marcar la diferencia entre perder todo o aguantar un poco más.

Certificaciones y mercados que miran distinto

Lo interesante es que ya no se trata solo de una cuestión productiva. Afuera, sobre todo en Europa, se empieza a valorar que lo que llega a la góndola venga de un sistema que cuida el ambiente. Y eso se traduce en certificaciones, sellos, validaciones. Algunas apuntan a lo orgánico, otras al impacto ambiental general. Pero todas piden algo parecido: trazabilidad, menos insumos sintéticos, más cuidado del suelo.

Para quienes ya están trabajando en esa línea, se abren oportunidades. Porque esos mercados están dispuestos a pagar un poco más por productos que vienen de sistemas sostenibles. Eso no quiere decir que sea fácil llegar, ni que sea para todos. Pero es una puerta más que se puede abrir si hay respaldo técnico y políticas que acompañen.

Acompañamiento, no recetas

Una cosa que repiten quienes ya vienen trabajando con manejo regenerativo es que no hay fórmulas fijas. Lo que sirve en un campo, puede no funcionar en otro. El clima, el tipo de suelo, el cultivo, todo influye. Por eso es clave que haya asistencia técnica que conozca el terreno, que no venga con el manual cerrado.

También suma mucho el intercambio entre productores. Escuchar lo que hizo otro en una situación parecida, probarlo, ajustar. Así se va construyendo una manera de producir que no depende tanto de empresas de insumos, sino del conocimiento compartido.

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