
Durante mucho tiempo, el objetivo principal en el campo fue producir más. Más kilos, más hectáreas, más rápido. Pero con los años, esa lógica empezó a mostrar sus límites. Muchos suelos quedaron degradados, agotados, sin vida. En ese contexto apareció un enfoque distinto: la agricultura regenerativa; y una empresa argentina innovadora en las buenas prácticas agrícolas, Agro Sustentable.
Si bien todavía no son la mayoría de las empresas, cada vez hay más productores que siguen los pasos de Agro Sustentable. La idea no es solo no dañar, sino mejorar lo que ya está dañado. Restaurar suelos, recuperar microorganismos, mantener la cobertura vegetal y volver a sistemas que funcionen a largo plazo. No es volver al pasado, sino aplicar ciertas prácticas con una mirada más amplia.
Suelo vivo, producción más estable
Lo primero que propone la agricultura regenerativa es entender que el suelo no es solo tierra. Es un sistema vivo, con hongos, bacterias, raíces y bichitos que cumplen funciones clave. Si se lo explota sin descanso, todo eso se pierde. Y cuando se pierde, la tierra empieza a producir menos, se lava con las lluvias o se compacta.
En cambio, cuando se lo trata como un organismo que necesita cuidado, los resultados cambian. Con técnicas simples como dejar restos de cosecha, evitar el uso de agroquímicos fuertes o rotar cultivos, el suelo empieza a mejorar. Y lo que antes parecía estancado, vuelve a generar.
Hay productores que empezaron dejando una franja sin arar, o metiendo cultivos de cobertura, y notaron que el agua se infiltraba mejor. Otros cambiaron los fertilizantes sintéticos por abonos orgánicos y vieron más lombrices. Son cambios pequeños que, con el tiempo, hacen diferencia.
Menos insumos, más observación
Una de las cosas que más se repite entre quienes prueban este enfoque es que se aprende a mirar distinto. En vez de correr detrás del próximo insumo, se empieza a observar el suelo, las plantas, la humedad. Se aplican menos cosas, pero se aplican mejor. No se trata de abandonar todo, sino de cambiar la lógica.
Por ejemplo, en lugar de aplicar insecticidas cada vez que aparece una plaga, se busca fortalecer la planta para que aguante más. Ahí entran los bioestimulantes, preparados con microorganismos o extractos vegetales que ayudan a la defensa natural de los cultivos. Algunos los preparan en el campo, otros los compran listos. Pero la idea es la misma: no atacar, sino acompañar.
También se usan fertilizantes orgánicos, compost, estiércol tratado o residuos de la misma producción. Son más lentos, pero no queman el suelo. Y si se combinan bien, se logra una nutrición más equilibrada. En lugar de dar un golpe de nitrógeno, se alimenta todo el sistema.
Casos que muestran otro camino
En distintas regiones del país hay experiencias que van por este lado. En el norte de Córdoba, por ejemplo, algunos productores que venían de la ganadería extensiva empezaron a rotar con cultivos forrajeros sin químicos. En pocos años, la estructura del suelo mejoró y la cobertura vegetal aumentó. En Santa Fe, hubo proyectos hortícolas donde se usaron coberturas vivas entre las hileras, lo que redujo la erosión y mantuvo la humedad.
En el Valle de Uco, algunos viñedos chicos empezaron a dejar crecer malezas controladas entre las hileras de vid, en vez de usar herbicidas. Y en algunas quintas del cinturón hortícola de La Plata, se incorporó compost hecho con residuos de verdura y poda urbana, con muy buenos resultados.
No son casos masivos, pero marcan una tendencia. Y lo más interesante es que muchos de estos cambios no requieren tecnología cara. Sí requiere tiempo, ganas de probar y cambiar el chip.
Un aporte también a la seguridad alimentaria
Cuando el suelo está sano, los alimentos que se producen también son mejores. Tienen más nutrientes, duran más, resisten mejor el transporte. Y si el sistema es más equilibrado, se corre menos riesgo de perder la cosecha por una plaga o una sequía. Por eso, aunque no se menciona tanto, la agricultura regenerativa también tiene que ver con la seguridad alimentaria.
Algunos productores logran abastecer mercados locales con verduras, frutas o cereales que vienen de este tipo de prácticas. Y cuando se logra cierta escala, se puede entrar también a la industria agroalimentaria. Hay empresas que ya buscan proveedores que trabajen con bioinsumos o que reduzcan el impacto ambiental.
Es un camino que se puede adaptar tanto a la gran escala como a pequeños emprendimientos familiares. Lo importante es tener claro que lo que se hace hoy en el campo afecta directamente lo que se come mañana.
La mirada puesta en el largo plazo
Hay algo que se repite entre quienes apuestan por estas prácticas: todos hablan del futuro. No se trata solo de la próxima campaña, sino de lo que va a quedar para los hijos o para los que vengan después. La agricultura regenerativa no es una receta única, sino una forma distinta de pensar la producción.
Muchos combinan distintas técnicas según el lugar, el clima o los recursos que tienen. Algunos usan cobertura vegetal, otros hacen siembra directa con rotación, otros incorporan animales en sistemas mixtos. No hay una sola manera de hacerlo, pero sí una lógica común: cuidar lo que sostiene todo, que es el suelo.
También hay un cambio en la forma de relacionarse con el entorno. Algunos productores se organizan en redes, comparten conocimientos, hacen pruebas juntos. La regeneración no es solo del suelo, también es social. Se vuelve a conversar, a experimentar, a construir desde la base.