Junto al agua y la semilla, el suelo es la materia prima principal para poder cultivar alimentos. Por esto, es esencial cuidarlo y protegerlo ante posibles agentes de degradación.
El cuidado de los suelos agrícolas es necesario para poder optimizar el volumen de producción con todas las garantías de calidad y seguridad alimentaria.
El suelo sano favorece la productividad y es sinónimo de fertilidad y productividad, debido a que proporciona los nutrientes esenciales, la humedad, el oxígeno y el entorno necesarios para albergar las raíces de las plantas, cuidandolas también de las oscilaciones térmicas.
El suelo fértil pertenece a un ecosistema vivo y dinámico, repleto de microorganismos que cumplen muchas funciones fundamentales. Una de ellas es transformar la materia inerte y en descomposición, así como los minerales, en nutrientes para las plantas. Controlar y resguardar a las plantas de las plagas y las enfermedades. Mejorar la estructura de los suelos para contribuir a su capacidad de retención de agua y nutrientes y fomentar la producción de cultivos.
Asimismo, los suelos sanos ayudan a mitigar las consecuencias del cambio climático al retener el dióxido de carbono sobrante luego de que las plantas lo extraen de la atmósfera para hacer la fotosíntesis.
De hecho, el suelo es el segundo mayor sumidero de carbono del mundo, solo superado en esta faceta por la labor que realizan los océanos. De ahí la importancia de preservar el suelo y de hacer un uso sostenible del mismo.
¿Cómo se puede detectar la degradación de los suelos?
La degradación del suelo puede observarse a través de la pérdida de cubierta vegetal o por la disminución de la productividad de la actividad agrícola.
Este fenómeno está vinculado a cambios en las características físicas, químicas y biológicas del suelo, lo que eleva su vulnerabilidad ante los agentes erosivos.
La degradación del suelo genera daños en la estructura del mismo, reduciendo su capacidad porosa y de aireación, afectando la compactación de la capa más superficial, bajando el potencial para retener agua, disminuyendo la velocidad de infiltración de agua de lluvia, obteniendo menos disponibilidad de macronutrientes y rebajando el número de microorganismos que están en el suelo.
En relación a las acciones que se pueden realizar para recuperar el suelo agrícola, cuanto mayor es el grado de degradación más se reduce su productividad. Esto repercute en el grado de rentabilidad del cultivo que está albergando.
Para revertir esta situación, es necesario realizar una serie de estrategias de recuperación del suelo. Las más relevantes consisten en aplicar una enmienda orgánica junto al uso de micorrizas, lo que contribuirá a regenerar la estructura y la capacidad biológica del suelo, pausando el avance de agentes degradantes, como la erosión y la desertificación.
De esta forma, introducir una enmienda orgánica en el suelo promueve el desarrollo de reacciones químicas, físico-químicas y procesos microbiológicos, que potencian las modificaciones en los rasgos físicos del suelo. Tal situación se manifiesta en aumentos de la capacidad de retención de agua, infiltración, porosidad y estabilidad estructural. En territorios áridos o semiáridos, donde hay escasez de recursos hídricos, la mejora de la estructura del suelo consiste en una mayor disponibilidad de agua para el desarrollo de los procesos biológicos.
Por su parte, los hongos formadores de micorrizas son considerados como los principales grupos de microorganismos positivos para mejorar el establecimiento y el desarrollo de las plantas, ya que contribuyen a la absorción de agua y nutrientes, al buscar un mayor volumen de suelo, posibilitando la captación de estos recursos más allá de la zona de agotamiento de las raíces. Además, incrementan la resistencia al estrés hídrico como la sequía, la salinidad, los metales pesados y los ataques de patógenos. Todo esto, se alinea con un modelo agrícola más sostenible y respetuoso con el ambiente.
Aplicar una agricultura sostenible
La calidad del cultivo suele ser el reflejo del estado del suelo. En ese sentido, los suelos semiáridos son más propensos a sufrir pérdidas en su contenido de materia orgánica.
El equilibrio natural de las propiedades del suelo se ve atravesado y dañado cuando se llevan a cabo prácticas agrícolas inadecuadas, que agravan los procesos de erosión y compactación, así como aquellos de acidificación y contaminación por el efecto de metales pesados.
Es por ello que es necesario trabajar por una agricultura sostenible y respetuosa que aporte materia orgánica y nutrientes al suelo. La aplicación de estiércol y las coberturas vegetales mejoran la estructura y las propiedades del suelo.
En las regiones semiáridas suelen darse condiciones climáticas desfavorables, que unidas al abandono de los cultivos, provocan una pérdida de materia orgánica vinculada a procesos de degradación. Para frenar esta degradación, es conveniente llevar adelante la aplicación de residuos ricos en materia orgánica, como lodos, composts de depuradora y residuos verdes, sin riesgo de fitotoxicidad.
En líneas generales, todas estas recomendaciones contribuyen a generar y mantener un suelo sano y con los nutrientes necesarios para producir cultivos de calidad.