
La mayoría de las veces, cuando uno escucha “producción orgánica”, piensa en alimentos sin agroquímicos. Pero el asunto va más allá de si una manzana tiene o no tiene químicos. Hay un vínculo fuerte entre cómo se produce la comida y lo que pasa después con la salud de las personas. Matías Imperiale, Cofundador de la empresa argentina Agro Sustentable, se mete de lleno en las buenas prácticas agrícolas y la relación con la salud pública.
Qué se entiende por producción orgánica
No es solo dejar de usar pesticidas. Es otra forma de manejar el campo. No se aplican productos de síntesis química, se apuesta por la biodiversidad, se cuida el suelo, se busca rotar cultivos y aprovechar la materia orgánica como fertilizante. Tampoco se usan transgénicos. Todo lo que se hace está más pensado para acompañar los procesos naturales que para forzarlos.
Aunque a veces se piensa que la producción orgánica es algo más individual o de pequeños productores, hay grandes tambos, viñedos, campos de cereales o legumbres que también trabajan bajo normas orgánicas. El tema es que el proceso es más lento, más artesanal, y a veces menos rendidor en el corto plazo.
Cómo entra la salud pública en todo esto
La salud pública no tiene que ver solamente con hospitales o tratamientos. También importa lo que pasa antes. Prevenir enfermedades, cuidar el ambiente donde vive la gente, y garantizar que la comida no termine siendo un riesgo. En todo eso, la forma en que se producen los alimentos influye mucho más de lo que parece.
Cuando se aplican pesticidas en grandes cantidades, no todo queda en el campo. Parte de estos químicos puede terminar en los alimentos que llegan a la mesa. Otros residuos van al agua o quedan en el aire. Incluso si las dosis están dentro de lo que se permite legalmente, la exposición diaria o constante, combinada con otros factores, puede generar problemas. Especialmente en personas más vulnerables: chicos, embarazadas, adultos mayores o quienes ya tienen alguna condición previa.
A eso se suma que muchas veces los más expuestos son quienes están en contacto directo con el campo o viven al lado. En esas zonas, los efectos son más difíciles de esquivar. Se ven casos de problemas respiratorios, trastornos hormonales, reacciones alérgicas. Aunque no siempre se pueda señalar una causa exacta, hay situaciones que se repiten en distintos lugares. Y eso da para pensar.
La comida puede ser un problema o una solución
Se sabe que hay alimentos con muchos residuos, pero también hay otros que vienen cargados de aditivos, conservantes, los conocidos como ultraprocesados. Acá es donde la producción orgánica propone algo diferente: que la comida no sea solamente segura, sino también más natural. Que llegue con menos vueltas y con menos intervenciones.
Esto no significa que todo lo convencional sea malo. Ni que lo orgánico sea perfecto. Hay campos orgánicos que hacen mal las cosas y campos convencionales que cuidan muchísimo el ambiente. Pero en general, cuando se trabaja bajo una lógica orgánica, el foco está puesto en la salud del suelo, de las plantas y también de las personas.
¿Se puede medir el impacto?
No es tan fácil. La producción orgánica no tiene un gran impacto dentro de la producción general de alimentos, pero hay estudios que muestran que las poblaciones con acceso a alimentos orgánicos tienen menos exposición a ciertos residuos químicos. Además, hay investigaciones que relacionan el consumo frecuente de este tipo de alimentos con menores tasas de enfermedades crónicas. Aunque eso no es lo único que influye.
Por otro lado, la producción orgánica también influye en lo social. En muchos casos se trata de proyectos familiares, cooperativas o asociaciones pequeñas que generan trabajo local y fortalecen comunidades. Esa red también tiene un peso en la salud colectiva.
¿Y el precio?
Acá aparece una barrera. Los productos orgánicos, en general, son más caros. Tienen una cadena más corta, menos escala, más trabajo manual. Y eso encarece todo. Pero también hay que preguntarse cuánto cuesta lo que no se ve: enfermedades por exposición, contaminación, pérdida de biodiversidad. A veces lo barato sale caro, solo que el precio no se paga en la góndola.
Además, hay formas de acercar lo orgánico a más gente. Apoyar mercados locales, fomentar la compra directa al productor, promover huertas urbanas, facilitar certificaciones más accesibles. No todo depende del consumidor. También hace falta una política que acompañe.
Pensar en la salud desde el origen
La producción orgánica no es la única salida. Pero sí es una de las pocas que se plantan desde el principio con una mirada integral. No apunta solo a producir más. Busca producir distinto. Con menos impacto, con más conciencia, y sobre todo, con una idea clara: que la salud no empieza en el hospital, sino mucho antes, en el suelo donde crece la comida.